¿Por qué hay mujeres tan celosas?, aquí me tienen escribiéndoles desde el ciber de un pequeño pueblo.
La “leñadora” me echó de su casa de muy malas formas. ¿Tan malo era coquetear con su marido en agradecimiento a su acción?, pues así debió opinar ella. Así que tuve que seguir mi camino andando hasta un pueblo perdido de la mano de Dios, con el hábito de clarisa hecho una pena (si me viera Guido, mi modisto, me arañaba).
Pero al mismo tiempo vestir de esta manera me ha servido para ir pidiendo dinero en el pueblo “para los niños hambrientos de Pantupaya” (no se si existe tal lugar, ni por lo visto ellos tampoco) y estoy haciendo una buena recaudación. Pero he de precisar que me dan más dinerito los hombres que las mujeres jejeje, incluso alguno ha hecho algún comentario respecto a que deje los hábitos por él. Pero yo, seriecieta y formal le he dicho que me de el dinerito y se abstenga de ese tipo de ofrecimientos.
El párroco de la iglesia del pueblo me ha ofrecido alojamiento en su casa. Y he aceptado. Pero es un curita muy viejecito, que conste. No sean malpensados.
Si puedo, seguire informando.
¿Alguno de ustedes me da una monedita para los niños hambrientos de Pantupaya?
Nena, cada dia vas a peor. Esto que estás haciendo, ni aunque sea una buena estratagema al ir vestida de monjita para obtener dinero para tu sustento, no es digno de una Echegarray. Definitivamente entablar este tipo de amistades que encontraste en este blog no te ha hecho ningún bien y menos ese rompecabecitas locas denominado Sr. Dubbo. Pero de él ya me estoy encargando de analizarle al máximo, no me voy a dejar llevar por sus hábiles palabras. Y según las referencias que obtenga finalmente en cuanto a él (de su linaje familiar no tengo nada que reprochar), mi furia le caerá de lleno. No tendrá lugar en la tierra donde esconderse.
ResponderEliminarPero en cuanto a ti niña te digo: déjate ya de tanta aventura absurda, regresa de inmediato a la mansión y acepta las consecuencias de tu grave error.
Pero te aviso, no toleraré de ningún modo que en cuanto llegues intentes refugiarte en la comprensión que siempre te ha mostrado tu secretario, el señor Beto. No consentiré que le involucres en este turbio asunto. Ya bastante daño le has hecho al huir sin previamente informarle de tus planes, y, por tanto, sin darle la oportunidad de ponerte los pies en el suelo.